BUENOS AIRES.-  Es uno de los máximos goleadores de la historia del fútbol argentino y ese solo dato ya nos estaría hablando de su relevancia, pero además destacó como director técnico y es como mínimo uno de los cinco principales íconos de River Plate: mañana se cumplirán 32 años desde que nos dejó para siempre Ángel Amadeo Labruna.

Faltaban dos días para que cumpliera 65 años y hacía dos semanas había estado al frente del plantel de Argentinos Juniors precisamente frente a River en el Estadio Monumental, allí donde había surgido, brillado y vivido sus jornadas más gloriosas en tanto delantero de recursos múltiples que entre partidos oficiales amistosos convirtió la friolera de 542 goles.

Labruna, el Feo Labruna, Angelito Labruna, comparte con el paraguayo Arsenio Erico la condición de principal scorer del profesionalismo en la Argentina, con 292 anotaciones, asimismo hizo 17 en 37 partidos con la Selección Argentina y tres en Rampla Juniors de Uruguay, pero también jugó en Rangers de Talca y Platense, donde en la temporada de 1961 cerró su campaña como futbolista activo.

Se retiró con 18 títulos y con el privilegio de haber resultado dos veces goleador del campeonato argentino (en 1943 y 1945) y consta entre los 30 jugadores sudamericanos que en más oportunidades puso su rúbrica en la red del equipo rival. Animal futbolero al fin, Labruna colgó los botines en 1961, pero tras cinco años que alternó entre algunas actividades comerciales y el dolce far niente, en 1966 se abocó a la dirección técnica con inusitado entusiasmo: los sábados dirigía a Defensores de Belgrano en la Primera B y los domingos dirigía a Platense en la Primera A.

A Defensores de Belgrano lo llevó al borde del ascenso y a Platense a la célebre semifinal del Metropolitano de 1967 perdida 4-3 con el Estudiantes de La Plata que al mando de Osvaldo Zubeldía ganaría ese torneo y cinco copas internacionales.

Pero la mejor versión del Labruna DT vendría después: condujo a Rosario Central a su primer título (Torneo Nacional de 1971) y llevó a su amado River a romper una racha de 18 años sin coronar: Metropolitano de 1975, 1977, 1979 y 1980 y Nacional de 1975 y 1979. Es cierto que se le negaron los logros internacionales (a su mando River perdió la final de la Copa Libertadores de 1976, con Cruzeiro, en un tercer partido jugado en Santiago de Chile), pero eso jamás melló su condición de uno de los mejores entrenadores del club de Núñez, lo que sumado a sus cientos de goles (de ellos 16 a Boca Juniors), a su rol influyente en la célebre Máquina, y a su entusiasta pertenencia a la casaca de la banda roja, configuraron la inequívoca versión de un personaje insigne.

El 19 de septiembre de 1983 Labruna convalecía de una operación de vesícula, cuando en compañía de Ubaldo Fillol, el Pato Fillol, sufrió una repentina descompensación, su corazón no resistió y en brazos de aquel arquero que quería tal si fuera su hijo, partió hacia el otro lado de las cosas. (Télam)